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Como cualquier historiador, Ernaux se topa con la opacidad de lo que ya no es, con la fragilidad de la memoria. Tiene que ir apartando Žvelos que se multiplican sin cesar en un corredor sin finŽ para llegar a revivir el recuerdo. Yvetot, un domingo de verano de 1950. En una calleja, una conversación entre dos mujeres, la madre de la escritora y una clienta. Cerca de ellas, revoloteando, una niña de diez años presta oído disimuladamente. Es Annie Ernaux. Memorialista de su propia infancia, Ernaux recrea en La otra hija unos hechos que introdujeron por azar en su vida un misterio perpetuo, persistente hasta el punto de llevarla a visitar en 2009 la casa donde nació (la primera vez desde 1945) incluso antes de emprender la redacción del libro, y a especular sesenta años después sobre el sentido de aquella revelación. Pero ¿quién es la otra hija? ¿Es la hermana que no conoció y que murió trágicamente de difteria a la edad de seis años o es ella misma, una niña poco amable según su madre?
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