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Las fronteras se han convertido en un vehículo fundamental de una colonialidad renovada, hoy revestida por las apariencias de igualdad entre los Estados nación. Melilla, frontera Sur de Europa y España con África, es un caso paradigmático de este despliegue del poder neocolonial global. Pero la frontera no es solo una valla. En esta ciudad española enclavada en el Rif, la valla se articula con la segregación, la etnoestratificación, el racismo, ciertos dispositivos carcelarios, formas patriarcales de control feminizado de la sexualidad y de la movilidad, así como con la prohibición estatal de facto del matrimonio transfronterizo. La nueva hegemonía multiculturalista oculta y maquilla estas nuevas formas de sujeción. Al mismo tiempo, las relaciones transfronterizas o «mestizas» de Melilla revelan prácticas feminizadas y racializadas de cuidado que desafían los imperativos fronterizos, creando y sosteniendo formas de ser y de relación más allá del apartheid. ¿Cómo entender, entonces, la imbricación entre frontera y patriarcado, o la producción patriarcal de la frontera? ¿Cómo exceder las limitantes gramáti
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